13
ASÍ me dijo el SEÑOR: Ve, y cómprate un cinto de lino, y cíñelo sobre tus lomos, y no lo meterás en agua.
Y compré el cinto conforme a la palabra del SEÑOR, y púselo sobre mis lomos.
Y vino a segunda vez la palabra del SEÑOR, diciendo:
Toma el cinto que compraste, que está sobre tus lomos, y levántate, y ve al Eufrates, y escóndelo allá en la concavidad de una peña.
Fui pues, y escondílo junto al Eufrates, como el SEÑOR me mandó.
Y sucedió que al cabo de muchos días me dijo el SEÑOR: Levántate, y ve al Eufrates, y toma de allí el cinto que te mandé escondieses allá.
Entonces fui al Eufrates, y cavé, y tomé el cinto del lugar donde lo había escondido; y he aquí que el cinto se había podri­do; para ninguna cosa era bueno.
Y vino a la palabra del SEÑOR, diciendo:
Así ha dicho el SEÑOR: Así haré podrir la soberbia de Judá, y la mucha soberbia de Jerusalem,
10 A este pueblo malo, que no quieren oír mis palabras, que andan en las imaginaciones de su corazón, y se fueron en pos de dioses ajenos para servirles, y para adorarlos; y vendrá a ser como este cinto, que para ninguna cosa es bueno.
11 Porque como el cinto se junta a los lomos del hombre, así hice juntar a toda la casa de Israel y toda la casa de Judá, dice el SEÑOR, para que me fuesen por pueblo y por fama, y por alaban­za y por honra: empero no escu­charon.
12 Les dirás pues esta palabra: Así ha dicho el SEÑOR, Dios de Israel: Henchiráse de vino todo odre. Y ellos te dirán: ¿No sabe­mos que todo odre se henchirá de vino?
13 Entonces les has de decir: Así ha dicho el SEÑOR: He aquí que yo lleno de embriaguez todos los moradores de esta tierra, y a los reyes de la estirpe de David que se sientan sobre su trono, y a los sacerdotes y profetas, y a todos los moradores de Jerusalem;
14 Y quebrantarélos el uno con el otro, los padres con los hijos jun­tamente, dice el SEÑOR: no per­donaré, ni tendré piedad ni mise­ricordia, para no destruirlos.
15 Escuchad y oid; no os elevéis: pues el SEÑOR ha hablado.
16 Dad gloria al SEÑOR Dios vuestro, antes que haga venir tinieblas, y antes que vuestros pies tropiecen en montes de oscuridad, y esperéis luz, y os la torne sombra de muerte y tinie­blas.
17 Mas si no oyereis esto, en secreto llorará mi alma a causa de vuestra soberbia; y llorando amargamente, se desharán mis ojos en lágrimas, porque el reba­ño del SEÑOR fue cautivo.
18 Di al rey y a la reina: Humillaos, sentaos en tierra; porque la corona de vuestra glo­ria bajará de vuestras cabezas.
19 Las ciudades del sur fueron cerradas, y no hubo quien las abriese: toda Judá será lleva­da en cautiverio, llevada en cau­tiverio será toda ella.
20 Alzad vuestros ojos, y ved los que vienen del norte: ¿dónde está el rebaño que te fue dado, la grey de tu gloria?
21 ¿Qué dirás cuando te visitará? porquelos enseñaste a ser príncipes y cabeza sobre ti. ¿No te tomarán dolores como a mujer que pare?
22 Cuando dijeres en tu corazón: ¿Por qué me ha sobrevenido esto? Por la enormidad de tu maldad fueron descubiertas tus faldas, fueron desnudos tus cal­cañares.
23 ¿Podrá el etíope mudar su piel, o el leopardo sus manchas? Entonces así también podréis vosotros hacer bien, estando habituados a hacer mal.
24 Por tanto yo los esparciré, como tamo que pasa, al viento del desierto.
25 Ésta es tu suerte, la porción de tus medidas de parte mía, dice el SEÑOR; porque te olvidaste de mí, y confiaste en la mentira.
26 Yo pues descubriré también tus faldas delante de tu cara, y se manifestará tu ignominia.
27 Tus adulterios, tus relinchos, la maldad de tu fornicación sobre los collados: en el mismo campo vi tus abominaciones. ¡Ay de ti, Jerusalem! ¿No serás al cabo limpia? ¿hasta cuándo todavía?