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¡CÓMO se ha oscurecido el oro! ¡Cómo el buen oro se ha demudado! Las piedras del santuario están esparcidas por las encrucijadas de todas las calles.
Los hijos de Sión, preciados y estimados más que el oro puro, ¡cómo son tenidos por vasos de barro, obra de manos de alfarero!
Aun los monstruos marinos sacan la teta, dan de mamar a sus chiquitos: la hija de mi pueblo es cruel, como los avestruces en el desierto.
La lengua del niño de teta, de sed se pegó a su paladar: los chi­quitos pidieron pan, y no hubo quien se lo partiese.
Los que comían delicadamen­te, asolados fueron en las calles; los que se criaron en carmesí, abrazaron los estercoleros.
Y aumentóse la iniquidad de la hija de mi pueblo más que el pecado de Sodoma, que fue tras­tornada en un momento, y no asentaron sobre ella compañías.
Sus Nazareos fueron blancos más que la nieve, más lustrosos que la leche, su compostura más rubicunda que los rubíes, más bellos que el zafiro:
Oscura más que la negrura es la forma de ellos; no los conocen por las calles: su piel está pegada a sus huesos, seca como un palo.
Más dichosos fueron los muer­tos a espada que los muertos del hambre; porque éstos murieron poco a poco por falta de los frutos de la tierra.
10 Las manos de las mujeres pia­dosas cocieron a sus hijos; fué­ronles comida en el quebranta­miento de la hija de mi pueblo.
11 Cumplió el SEÑOR su enojo, derramó el ardor de su ira; y encendió fuego en Sión, que consumió sus fundamentos.
12 Nunca los reyes de la tierra, ni todos los que habitan en el mundo, creyeron que el enemigo y el adversario entrara por las puertas de Jerusalem.
13  Es por los pecados de sus pro­fetas, por las maldades de sus sacerdotes, que derramaron en medio de ella la sangre de los justos.
14 Titubearon como ciegos en las calles, fueron contaminados en sangre, de modo que no pudiesen tocar a sus vestiduras.
15 Apartaos ¡inmundos!, les grita­ban, apartaos, apartaos, no toquéis. Cuando huyeron y fueron dispersos, dijeron entre las gentes: Nunca más morarán aquí.
16 La ira del SEÑOR los apartó, no los mirará más: no respetaron la faz de los sacerdotes, ni tuvie­ron compasión de los viejos.
17 Aun nos han desfallecido nuestros ojos tras nuestro vano socorro: en nuestra esperanza aguardamos gente que no puede salvar.
18 Cazaron nuestros pasos, que no anduviésemos por nuestras calles: acercóse nuestro fin, cum­pliéronse nuestros días; porque nuestro fin vino.
19 Ligeros fueron nuestros per­seguidores más que las águilas del cielo: sobre los montes nos persiguieron, en el desierto nos pusieron emboscadas.
20 El resuello de nuestras nari­ces, el ungido del SEÑOR, de quien habíamos dicho, a su som­bra tendremos vida entre las gen­tes, fue preso en sus hoyos.
21 Gózate y alégrate, hija de Edom, la que habitas en tierra de Hus: aun hasta ti pasará la copa; embriagarte has, y vomitarás.
22 Cumplido es tu castigo, oh hija de Sión: nunca más te hará trasportar. Visitará tu iniquidad, oh hija de Edom; descubrirá tus pecados.