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Y VI en la mano derecha del que estaba sentado sobre el trono un libro escrito por dentro y por detrás, sellado con siete sellos.
Y vi un fuerte ángel, predicando en alta voz: ¿Quién es digno de abrir el libro, y de desatar sus sellos?
Y ninguno podía, ni en el cielo, ni en la tierra, ni debajo de la tierra, abrir el libro, ni mirarlo.
Y yo lloraba mucho, porque no había sido hallado ninguno digno de abrir el libro, ni de leerlo, ni de mirarlo.
Y uno de los ancianos me dice: No llores: he aquí, el León de la tribu de Judá, la raíz de David, que ha vencido para abrir el libro, y desatar sus siete sellos.
Y miré; y, he aquí, en medio del trono, y de los cuatro seres vivientes, y en medio de los ancianos, estaba un Cordero en pie como uno que hubiera sido inmolado, que tenía siete cuernos, y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios enviados en toda la tierra.
Y él vino, y tomó el libro de la mano derecha de aquel que estaba sentado en el trono.
Y cuando hubo tomado el libro, los cuatro seres vivientes, y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero, teniendo cada uno arpas, y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos:
Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro, y de abrir sus sellos; porque fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios con tu sangre, de toda tribu, y lengua, y pueblo, y nación:
10 Y nos has hecho para nuestro Dios, reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.
11 Y miré, yla voz de muchos ángeles al derredor del trono, y de los seres vivientes, y de los ancianos; y el número de ellos era millones de millones,
12 Que decían en alta voz: El Cordero que fue inmolado es digno de recibir poder, y riquezas, y sabiduría, y fortaleza, y honra, y gloria, y bendición.
13 Ya toda criatura que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y que está en el mar, y todas las cosas que en ellos están, diciendo: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea bendición, y honra, y gloria, y potencia por siempre jamás.
14 Y los cuatro seres vivientes decían: Amén. Y los veinte y cuatro ancianos se postraron, y adoraron al que vive por siempre jamás.